¿Cómo me doy cuenta de que necesito empezar terapia?

En nuestra vida cotidiana las personas nos vemos atravesadas por múltiples emociones: nos sentimos tristes, nos frustramos, lloramos, sufrimos, sentimos estrés, angustia, ansiedad, etcétera., pero no terminamos de tener claro cuándo necesitamos ayuda profesional.

El motivo principal por el cual una persona se decide a iniciar terapia es la necesidad de un cambio. 

Los motivos concretos pueden ser diversos, pero la demanda es siempre la necesidad de modificar algo que nos afecta, con la idea de obtener mayor bienestar. 

Puede ser para resolver un estado de ánimo que se hace insostenible, un síntoma físico o psicológico que causa malestar, limitaciones para tomar decisiones importantes, por dificultades en las relaciones, y también es muy habitual la necesidad de crecimiento personal. 

Hay muchas personas a las que les cuesta tomar la decisión de hacer terapia, a pesar de sentir que lo necesitan. Pueden llegar a tolerar un nivel de malestar innecesario, teniendo la posibilidad de consultar con un profesional ante un tema puntual.  

Ante un dolor físico recurrente es probable que no dudemos en pedir ayuda profesional, o incluso que un familiar nos “obligue” a consultar. Pero con lo anímico sucede otra cosa. 

El nivel de tolerancia a los síntomas psicológicos es totalmente diferente. Las personas pueden llegar a soportar años de niveles de ansiedad limitantes o hasta comportamientos depresivos, antes de tomar la decisión de consultar. Es común escuchar de parte de los familiares comentarios tales como: “No me animo a decirle que vaya a un psicólogo”, “Si le llego a decir que consulte a un especialista lo va a tomar a mal”, “No sé cómo hacer para que alguien le diga que necesita ayuda”.

Esto nos pone frente a una cuestión muy subjetiva acerca de lo que cada persona registra como malestar. Los umbrales de tolerancia son distintos para cada uno, y todos válidos. Las personas tenemos, adaptativamente, una resistencia al cambio, que nos puede hacer sostener situaciones de insatisfacción por el solo hecho de mantener esa estabilidad (lo que se conoce normalmente como zona de confort).

Síndrome de la rana hervida

“Si una rana es arrojada en una olla de agua hirviendo, su reacción es saltar. Su instinto es salvarse.

Si esa misma rana es sumergida en una olla de agua fría, y procedemos a  calentar gradualmente el agua, la rana se va acostumbrando. Es tan sutil el desgaste que sus mecanismos de alarma y defensa se van debilitando, perdiendo capacidad de reacción:  el agotamiento progresivo, la pérdida de conciencia van llevándola hacia su propia muerte”. (Fábula de Olivier Clerc).

Cuando condiciones nocivas se van generando de un modo suficientemente lento nos vamos acostumbrando al malestar, hasta que sucede algo disruptivo que nos lleva a actuar. Este proceso de demora tiene un costo para el organismo.

Es muy común que ante la aparición de un problema o dificultad, una de las primeras reacciones sea negarlo. Si la dificultad persiste, es posible que la persona intente minimizarla, aplicarle soluciones de sentido común y seguir funcionando en esas condiciones. Sería genial que los problemas desaparecieran por el solo hecho de negarlos, pero lamentablemente eso no sucede.

Esto se ve cuando, por ejemplo, desestimamos un síntoma de miedo irracional que nos paraliza o cuando subestimamos la conducta depresiva de un familiar. 

Tomando como ejemplo esta última situación, la actitud de los familiares que niegan esa manifestación de la depresión lleva, con las mejores intenciones, a intentar animar a la persona: «¿Tres días sin salir?», «¿Cómo que no vas a ir al cumpleaños?”, «Tienes que poner voluntad para estar bien» serían comentarios habituales.

Estos intentos, generalmente, incrementan la sensación de impotencia del afectado, quien además de su desánimo siente culpa, por fallarle a su familia, y aumenta su sensación de fracaso. Y lo más triste es que ellos no pueden tomar contacto emocionalmente con lo que les pasa. La depresión no es un tema de falta de voluntad. 

Lo más complicado es que las afecciones como la depresión se instalan subrepticiamente y sus síntomas se pueden atribuir inicialmente a otra cosa hasta que nos damos cuenta de que se han apoderado de nuestra vida. 

Lo mismo sucede en el caso de las parejas con los comportamientos de celos. La persona celosa se vuelve controladora y desconfiada. Su pareja, negando la actitud posesiva de su partenaire, comienza a dar explicaciones de todo lo que hace para tranquilizarla (lo que yo llamo darle pruebas de vida de cada uno de sus movimientos). Esto incrementa la conducta celosa y, si esto persiste, se transforma en un circuito altamente nocivo. Ya ningún argumento será suficiente, porque los celos (patológicos) están en la mente del celoso; no en la conducta de su pareja. 

Como vemos en esos casos, lo que sugiere el sentido común a veces no sólo sostiene sino empeora los comportamientos y agudiza el malestar. Por desconocimiento de ciertas cuestiones de la psicología humana.

Cada mente es única. Cada estado de ánimo es singular. Los diagnósticos son esquemas que nos ayudan a pensar, pero no son un reflejo de la persona. 

Para cambiar, hay que pensar distinto

La demanda de terapia es, desde esa perspectiva, abrirse a la posibilidad de obtener una mirada distinta, con alguien externo, desde otra perspectiva, generando una mirada más abarcativa, con nuevas posibilidades de solución.

Probablemente, la persona cuando imagina la situación de consulta visualiza la típica situación de diván, un analista que apenas repregunta, mira y anota sin mencionar palabra, para finalizar la sesión diciendo: “Por hoy dejamos acá”. 

Actualmente, esos modelos de psicoterapia se han visto reemplazados con enfoques contemporáneos que responden a nuevos paradigmas y existen tantas opciones de terapia como de terapeutas.

La terapia como una conversación

Los enfoques narrativos o conversacionales son un modelo que expresan la filosofía de la posmodernidad, en la que la verdad ya no se considera una realidad objetiva. Desde esta perspectiva la realidad se construye y resignifica a través del diálogo. Ya no se admiten posturas dogmáticas, el saber es compartido, no es patrimonio exclusivo del especialista. El terapeuta, en todo caso, expresa una mirada, un punto de vista calificado con el objetivo de ampliar la percepción del consultante para poder tomar sus propias decisiones. 

¿Esto qué implica? Que la terapia se constituye como una conversación con un especialista que genera un diálogo dinámico propiciando nuevas lecturas, preguntas, deconstrucciones, ideas, nuevas conexiones que surgen en la charla, que procuran abrir el campo perceptivo (la visión) del consultante.

Cada modelo de terapia marca sus condiciones, pero lo que es bueno saber es que cada persona puede elegir aquella orientación que le sea más adecuada a sus preferencias, a su motivo de consulta y a su idiosincracia. 

Cuando no podemos -dentro de los recursos con los que contamos- resolver una situación, un padecimiento, un malestar, es señal de que sería bueno al menos hacer una consulta. No siempre eso implica empezar terapia; también se pueden realizar consultas puntuales. 

El esquema denominado “consultas de única vez” funciona para aquellas personas que no desean hacer una terapia, pero necesitan una entrevista para plantear una situación y poder escuchar la perspectiva que puede ofrecer el profesional y abrir el juego. 

Existen procesos de psicoterapia con frecuencia semanal, consultas puntuales denominadas de “única vez”, terapia de impacto múltiple, consultas de seguimiento. Todas estas modalidades de terapia responden a una indicación y tienen efecto terapéutico. 

La posibilidad de registrar nuestras emociones, de reconocer cuándo necesitamos un cambio, abrir a una nueva mirada, es esencial para no naturalizar el malestar y activar procesos de aprendizaje que nos permitan evolucionar.

Porque, en definitiva, la terapia es un proceso de aprendizaje.

 


Lic. Valeria Bedrossian

valeriabedrossian@gmail.com
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