Es probable que la preocupación de los padres, sumada a la de los especialistas en salud mental, por las consecuencias del confinamiento en los niños, haya activado las medidas de flexibilización que permiten mínimas salidas de esparcimiento con alguno de sus padres.
Estos días tuvieron la posibilidad de salir, luego de tantos días de encierro.
Muchos niños sorprendieron a sus padres al mostrarse muy temerosos a la hora de dar ese paseo permitido, y algunos incluso se negaron a salir.
¿Qué les pasa a nuestros niños?
“Temor a contagiarse”, “a perder a sus seres queridos”, “a no volver a ver a sus abuelos”, amiguitos” o a “tener que vivir para siempre en aislamiento”, y quién sabe qué otros miedos imaginarios que ni siquiera pudieron verbalizar.
¿Qué comentan los padres acerca de los comportamientos de los niños?
Los padres de Ana, de 7 años, comentan que desde que se extendió el aislamiento, “ha tenido frecuentes pesadillas nocturnas lo que desencadenó que muchas noches termine pasándose a nuestra cama, donde dice sentirse más protegida”.
Mateo (9) “me pregunta varias veces por semana cuándo va a volver al colegio. Nunca le gustó mucho, pero se ve que necesita estar con sus compañeros. En casa la pasa bien, pero llega un momento en que se lo nota aburrido y a veces con cierta apatía. Por eso accedimos a que juegue más con la Play, porque es una forma de estar en contacto con sus amigos del cole.”
Leo (3) dice: “no hay que salir porque nos agarra el coronavirus. Y es malo”.
Sofi (10) se enoja porque no quiere más clases ni contactos por plataformas. Ella dice “ya quiero estar con mis compañeros en tiempo real, no por la pantalla”.
Martín (6), expresa su madre, “no para de comer. Juega, pero no llega a concentrarse mucho. Luego se aburre, se muestra ansioso y nos cuesta ponerle límites a la hora de la comida. Noto que él había logrado una autonomía y ahora está más apegado a mí, más demandante”.
Lo que noto en Mara (4) son “fuertes cambios de humor, cosa que antes no le pasaba. Como que se la ve alterada por momentos. Llora por cualquier cosa, pide ir a lo de los abuelos y ante la negativa, se enoja con nosotros”.
Delfi (8) se angustia a medida que se acerca su cumple porque no quiere festejarlo en forma virtual. Y cuando le empezamos a explicar, dice que «no, no quiero saber nada, no me importa».
Zoe (7) no puede quedarse quieta mientras come, incluso mientras hace la tarea o en las clases por Zoom del cole. Está como hiperactiva, sobre todo cuando tiene que prestar atención y concentrarse. Esto nunca le había pasado de esta manera.
Agus (10) vive preguntando a su padre cuándo va a poder ir a la plaza a jugar a la pelota, porque si bien sus padres le permiten jugar en el living de su casa, es un espacio que no le permite mucho movimiento.
Pedro (4) ha tenido un retroceso en su lenguaje, «volvió a tartamudear y a ponerse muy nervioso a la hora de expresarse».
Joaquín (4) «volvió a mojar la cama varias noches por semana».
Una constante en las consultas de orientación a padres son las dificultades en acompañar estas manifestaciones, en poner límites a la exposición a los diferentes dispositivos (PlayStation, celular, tablet, TV), en sostener pautas alimentarias saludables, en organizar los tiempos de «todo lo que hay que hacer» y fundamentalmente en manejar los estados de ánimo de los pequeños.
Especialmente, porque estos padres también se encuentran altamente exigidos por tener que convertirse en docentes, paralelamente a tener que lidiar con sus quehaceres laborales y hogareños, y afrontar la emocionalidad desbordante de sus hijos, y la propia, sin la ayuda previa al aislamiento (niñera, personal de limpieza, abuelos, red familiar).
La reducción de las actividades al aire libre, del despliegue motriz y de la interacción social y familiar pueden asociarse al malestar y en muchos casos al aumento de síntomas de ansiedad, depresión y otras manifestaciones en los niños.
La falta de los estímulos que genera el aislamiento, a pesar del gran esfuerzo de los padres y familiares por recrear un ambiente placentero, ha exacerbado los comportamientos sintomáticos de niños con dificultades previas que venían teniendo una buena evolución.
¿Cómo acompañarlos?
La importancia de hablar con los niños de lo que está pasando, de verbalizar esas sensaciones que ellos pueden captar pero que permanecen como una nube en nuestros hogares, muchas veces, una nube cargada de emociones a la que le faltan los subtítulos. Y esos silencios generan en ellos, fantasías que se transforman, muchas veces en miedos. Y el miedo enferma. El miedo, las angustias se silencian y se van internalizando.
Abrir conversaciones. Ser creativos.
Lo que más los ayuda es el vínculo, el contacto afectivo y la palabra. No dejarlos solos con los que les pasa. La palabra y el contacto afectivo alivian cualquier temor. Lo importante es poner el cuerpo, hablar y no mentir. Los adultos, muchas veces, negamos la capacidad de todo niño de procesar lo que sucede con la intención de protegerlos. Porque nos cuesta exponerlos a lo malo, a lo hostil del mundo. Es clave para su integridad psíquica que los niños puedan lograr una coherencia entre lo que perciben vivencialmente y lo que les comunicamos verbalmente.
A veces, en realidad nos estamos protegiendo a nosotros mismos de atravesar ese instante de contacto con ellos, de ver en sus ojos, todas nuestras angustias y frustraciones. ¿Quién no daría todo por evitarles una tristeza?. Pero para incluirlos en la vida podemos brindarles lo mejor de nosotros mismos, nuestra presencia y nuestra disposición para acompañarlos emocionalmente. A esa realidad hostil, se la podemos maquillar, atenuar, pero no tapar. Los dañamos.
Explicar con cariño. Acompañar en el proceso de comprensión y también de aceptar algunos interrogantes…que por momentos no tengan respuesta, ni para nosotros. Es una forma de transmitir que podemos vivir con incertidumbre, también.
Cada edad tendrá sus desafíos. La comprensión y los mecanismos de un niño de 9 no son los mismos de uno de 4 años, y habrá maneras de comunicarle lo que necesita.
Respecto a los límites y a la organización, en la medida que se pueda, es importante que este tiempo no se vuelva un caos para ellos, porque el establecimiento de ciertas rutinas es estructurante para su psiquismo.
Habrá días buenos y días malos. Porque también los padres están sobrecargados en un contexto, que muchas veces no considera la presión que ejerce a nivel laboral o escolar sobre ellos.
Es importante ser flexibles, pero no los ayudamos si los llenamos de chocolates o los dejamos expuestos a las pantallas 6hs por día para compensar sus carencias. La posibilidad de diversificar actividades es una alternativa. Y explicarles que los excesos no le hacen bien. Uno puede negociar posibles rutinas dándoles cierta autonomía para motivarlos.
Si dentro de nuestras posibilidades somos creativos para lidiar con esta realidad, eso también dejan una impronta positiva, que les brinda herramientas para la vida. La creatividad es parte de la resiliencia.
Al silenciar las emociones, no les permitimos elaborar sus vivencias y acompañar ese proceso, y eso puede dejar marcas que acompañarán su desarrollo.
Lic. Valeria Bedrossian
valeriabedrossian@gmail.com
Facebook | Instagram | LinkedIn | Twitter