La pesadilla de tener un jefe con «síndrome de hubris»

 “…si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder” A. Lincoln 

El término ‘hubris’ o ‘hybris’ significa ‘desmesura’. En la mitología griega se aplicaba a los que víctimas de su propia soberbia, se creían y actuaban como dioses. 

David Owen acuña el término para describir a quienes en posesión del poder, muestran tendencia a la grandiosidad y la omnipotencia y son incapaces de escuchar, mostrándose impermeables a las críticas.

La persona, al acceder a lugares jerárquicos, se potencia en sus facetas narcisistas y despliega una serie de comportamientos tiranos hacia las personas de su entorno. Se considera por eso un trastorno adquirido a través de ese rol y reversible (puede remitir al desaparecer el poder). No está considerado estrictamente como diagnóstico psiquiátrico, está asociado al trastorno narcisista de la personalidad. 

 La “enfermedad del poder” es más grave cuando mayor poder se tiene. 

Algunos indicadores de “hubris”:

  • Narcisismo. 
  • Tendencia a vanagloriarse permanentemente. 
  • Excesiva autoconfianza. 
  • Hablar de temas corrientes con un tono grandilocuente.
  • Preocupación desmedida por la imagen. 
  • Falta de empatía. 
  • Desprecio y descalificación de los demás. 
  • Autorreferencialidad permanente. 
  • Impulsividad. 
  • Incompetencia “hubrística”: Generalmente cuando escala, produce una disminución de la eficiencia.

Si bien este trastorno se asoció inicialmente al ámbito político, también puede darse en personas que ocupan un lugar jerárquico, médicos, artistas o en quienes logran un rápido ascenso o estatus y se consideran “especiales”

 ¿Cómo se comporta un jefe con síndrome de hubris? 

Estas personas cuando acceden a lugares de poder quedan como hechizadas, presumiendo grandiosidad y creyendo que son los portadores de la verdad. Es tal el influjo que genera, que algunos autores lo llaman “complejo de premio nobel o de Dios”. 

Por lo tanto para las personas que dependen de él puede resultar una verdadera tortura el intercambio, la comunicación y especialmente el trabajo en equipo. Porque estas personas no pueden tolerar nada que los ponga en duda.  Toda proposición que cuestione alguna de sus premisas es rechazada y hasta puede mostrarse agresivo verbalmente descalificando a quien se tome la atribución de cuestionarlo. 

Dada su actitud arrogante, sólo puede tomar aquellas apreciaciones que lo confirmen y adulen. Puede tender a culpar a otros de sus desaciertos y generar verdadera rivalidad en un equipo dado que genera inseguridad, miedo y condescendencia o en algunos casos rebeldía, lo cual puede ser de mal pronóstico para quien lo confronte. 

A nivel relacional hay una falta de registro del otro. Está tan centrado en sí mismo que la consideración del otro no tiene lugar. Toda apreciación es autorreferencial.

En estos casos la confrontación no tiene éxito porque la persona no está en condiciones de admitir nada que altere su realidad, aunque sea ficticia. Se genera lo que se llama «cerco de goma»: una suerte de zona de rebote de todo lo que pueda contradecirlo. Por ello es común, encontrar alrededor de esas personas, una comitiva de colaboradores que reproducen esa barrera de protección. Esa situación genera mucha impotencia alrededor, dado el costo que conlleva semejante actitud en las relaciones y en la operatividad, que también se ve alterada.

Dada la falta de criterio de realidad que conlleva este trastorno puede escalar hacia una incompetencia que es importante anticipar cuando esta conducta está exacerbada. 

Como es un trastorno egosintónico (la persona no percibe esto como un problema), no va a consultar. Los perjudicados son los que dependen de esa persona. 

En la consulta psicológica es más probable que consulte alguien del entorno de un “hubris”, para aprender a manejarse con alguien así que el mismo sujeto que lo padece. 

“Se volvió loco porque es un rey; nadie le dice que no a nada”.

 


Lic. Valeria Bedrossian

valeriabedrossian@gmail.com
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